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Historia del Muralismo

1.1 Un recorrido por la historia universal de la pintura mural

Escrito por Patricia Pagnone Laven


La pintura parietal presentó sus primeras imágenes en el Paleolítico Superior, donde generalmente los chamanes o los iniciados pintaban sobre las paredes de roca de las cavernas “(…) me asombró el modo en que los artistas de las cavernas utilizaban los contornos de la pared de la cueva a fin de realizar su trabajo. (…) debían examinar la pared minuciosamente en busca de los lugares donde el relieve de la superficie evocara formas de animales o de algunas partes de éstos antes de empezar a pintar.” (Curtis, 2006, p. 14-15). Posteriormente, en el Neolítico la situación de los pueblos cambió, se volvieron sedentarios y la pintura mural se realizó en el exterior. Era más bien esquemática y ya no de inmensas dimensiones como lo hicieron sus antecesores.

En la Antigüedad, la mayoría de los pueblos pintó los muros de sus monumentos arquitectónicos. Babilonia, Asiria, Egipto, Grecia, Roma, entre otras culturas, ilustraron, grabaron y esculpieron sus muros, con la finalidad de representar imágenes de contenido autocelebratorio, donde principalmente se narraban las hazañas militares y hechos culturales de importancia.

Pompeya y la Villa de Campania, fueron la excepción. Allí se mostraban escenas costumbristas, paisajes, o elementos decorativos realizados con una técnica que posteriormente Bizancio haría suya: el mosaico. Si bien esta técnica fue una creación griega, los romanos la emplearon con extraordinaria maestría, primeramente como revestimiento de pisos y luego como revestimiento de muros[1]. Sin duda Pompeya y la Villa de Campania son hoy el oasis de la pintura romana, ya que no sólo las casas atesoran mosaicos del siglo I y II a. C. sino también pinturas realizadas al fresco que ya mostraban perspectivas en trampantojo[2].

Prosiguiendo en el tiempo, la casa de Dura Europos presentaba imágenes paleocristianas que de alguna manera anticipaba la pintura parietal que vendría: la pintura religiosa. También las catacumbas mostraban iconografía religiosa, tal como el Buen Pastor o la orante, entre otras. A partir del Edicto de Milán en el año 313 d. C. se permitió a los cristianos la libertad de culto. Años más tarde, el cristianismo fue proclamado religión oficial del Imperio Romano y Teodosio autorizó la construcción de las primeras basílicas.

En plena Edad Media, el Románico apareció como un período de gran esplendor. Los ábsides de las principales basílicas fueron decorados con imágenes del Pantocrátor en su mandorla rodeado con los tetramorfos o la Virgen con el Niño en el regazo. En el estrato inmediatamente inferior, se representaron santos, apóstoles y profetas. También, se encuentran temas relacionados con el Antiguo y el Nuevo Testamento. El fin de estas imágenes, fue instruir y difundir el mensaje religioso entre una población por entonces, completamente analfabeta, mediante un dibujo hierático y lineal, que se aleja del mundo terrenal.[3]

Oriente hacia el siglo IV, había comenzado con la construcción de grandes obras arquitectónicas como Santa Sofía en Bizancio, cuyos muros se ilustraron con teselas de piedras y oro. En Rávena, sede del Imperio Bizantino en Italia hacia el año 540, los gobernantes se hicieron representar en grandes paños murales de mosaicos, como santos inalcanzables en el plano celestial.

El período gótico, se presentó como la etapa culminante de la Edad Media. Hacia el S. XII Las majestuosas catedrales fueron el bastión de la escultura, sin embargo, la pintura se refugió en la alquimia de los vitrales de inmensa complejidad y tamaño. La imponente arquitectura y los efectos lumínicos que las vidrieras creaban en el interior, transmitían la sensación de pequeñez humana ante la inmensidad de Dios. Las imágenes vítreas, de ángeles, vírgenes y santos, se tornaban etéreas al ser traspasadas por la dorada luz.

La Edad Moderna llegó de la mano del renacer de la cultura greco-latina. Esto produjo un cambio en la mentalidad del hombre, cambio que se vio reflejado tanto en lo filosófico, como en lo político, lo cultural y lo económico. El Renacimiento, fuertemente marcado por la presencia del hombre cambió la estética; la temática religiosa continuó, pero se crearon nuevos géneros como el retrato. Las figuras de los muros y los cuadros de caballete se humanizaron. Se profundizó en el estudio del dibujo de la figura humana, de la perspectiva,  del volumen, el color y el espacio.

El siglo XVI marcó el Alto Renacimiento de la mano de los tres grandes de la época, Miguel Ángel Buonarotti, Leonardo Da Vinci y Rafael Sanzio. Este fue el período de mayor esplendor de la pintura mural, “El Génesis” en el techo de la Capilla Sixtina, “El Juicio Final”, “La Última Cena” y los frescos de las Estancias Vaticanas, son algunas de las obras de mayor relevancia, pero que no hubieran sido posibles sin los primeros pasos que dio el Proto-renacimiento de la mano de Giotto y Cimabue y, del quattrocento que dio magníficas obras de la mano de Fra Angelico, Masaccio, Piero della Francesca, entre otros[4]. Sus avances en el campo de la pintura y sus investigaciones fueron determinantes para los artistas que vendrían después, no sólo por la forma de representación que comenzaron a adquirir, sino también por la fuerte estructura geométrico-matemática que emplearon para realizar sus obras.

A fines del Alto Renacimiento ya se observaban signos manieristas, en las composiciones de los tres grandes maestros de la época, Leonardo, Rafael y Miguel Ángel. Explorando las posibilidades formales y pictóricas, llegaron a imágenes cargadas de figuras y movimiento, como en el Juicio Final de Miguel Ángel y La Transfiguración de Rafael. Sin embargo el Manierismo propiamente dicho, comenzó por disolver la estructura renacentista del espacio y descomponer la escena en diversas áreas. Dicha alteración, ocasionó que las figuras adquirieran movimiento en un espacio ilusorio organizado caprichosamente. Se trató de un arte cortesano por excelencia; complejo, refinado y exclusivo. Expresó mediante la exageración y la deformación, un período de dualidad entre materia y esencia, fruto de los cambios religiosos, científicos, sociales y culturales[5] de la época.

Simultáneamente a este período artístico, se inició el Barroco, cuyo estilo sensual y emotivo, de ambientes intimistas, fue accesible a la comprensión del pueblo. El Barroco se caracterizó por ser pictórico, profundo, sombrío e infinito. Se subordinaron los detalles para generar un efecto unitario. Esto llevó a la reducción y concentración de elementos a favor del predominio de un motivo principal, de primeros planos muy grandes que se acercaban al espectador y de la brusca disminución en perspectiva de los temas de fondo. El espacio ganó dinamismo y, la elección demasiado cercana del punto de vista, hizo que el espectador se involucrara en la espacialidad. En otras palabras, la intención artística del barroco fue teatral.

Las diagonales, los escorzos, los efectos de luz forzados, los espacios infinitos y el equilibrio inestable, son características que expresan un impulso hacia lo ilimitado, lo infinito, tal como fue concebido el Universo en aquella época, pero sin el sentido de unidad en la obra.


Durante los siglos siguientes, la pintura mural continuó siendo utilizada en el interior de iglesias y de casas de familias acaudaladas. El fin era decorativo como también lo fueron los relieves escultóricos que produjo el Art Nouveau en fachadas de edificios y vidrieras. Esta tendencia que se dio tanto en Europa como en América, persistió hasta el primer tercio del siglo XX.

Hacia principios de 1900 ya se pensaba e incluso se teorizaba sobre un arte para las masas donde el mural jugaría un rol de importancia, pero no fue hasta principios de los años ’20, cuando José Vasconcelos, filósofo, educador y primer secretario de Educación Pública de México, pidió a un grupo de jóvenes artistas revolucionarios que plasmaran en los muros de la Escuela Nacional Preparatoria, la imagen de México, impulsando de esta manera el Movimiento Muralista Mexicano. Por aquellos años también la población era en un altísimo porcentaje analfabeta y la idea de un arte público, que se encontrara en los muros de los edificios estatales a la vista de todos, era la mejor opción para acercar al pueblo el mensaje ideológico-revolucionario del momento y retratar la realidad mexicana, las luchas sociales y su pasado precolombino.

Entre los artistas más destacados del Movimiento Muralista Mexicano se encuentran Roberto Montenegro, Ignacio Asúnsolo, Jean Charlot, Fermín Revueltas, Ramón Alba de la Canal, y las tres figuras más emblemáticas, Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.[6]

Hacia la década del ´30, el muralismo se internacionalizó. La salida de Vasconcelos del Ministerio provocó que dichos artistas se quedaran sin financiamiento estatal, esto los obligó a buscar encargos fuera de México. Por otro lado, Siqueiros ya había comenzado sus viajes tanto hacia el cono sur americano como a Cuba y Estados Unidos con el fin de hacer prácticas murales con artistas locales y difundir su pensamiento mediante publicaciones y conferencias. Su repercusión en países como Brasil, Ecuador, Nicaragua, Argentina y Chile, sería de vital importancia para que hacia fines de la década del ‘30 comenzaran a surgir los primeros artistas o grupos de aristas dedicados al muralismo como Cándido Portinari en Brasil, Federico Matus en Nicaragua, Oswaldo Guayasamín en Ecuador, Laureano Guevara, Gregorio de la Fuente en Chile, Alfredo Guido en Argentina, entre otros.

Durante las décadas posteriores continuó realizándose obra mural en México, pero los cambios políticos y las nuevas tendencias, sumado a la debilitada retórica revolucionaria, hicieron que el vigor del movimiento decayera y se desvaneciera su contenido ideológico. Los jóvenes por su parte, se manifestaron contra las tendencias académicas y la mediocridad del Movimiento Muralista. Estas protestas fueron encabezadas por José Luis Cuevas.

Hacia principios de los años 70, los tres grandes muralistas mexicanos ya habían fallecido dejando como legado su obra a las futuras generaciones de jóvenes artistas de América. Para entonces, en varios países del continente, sobre todo en aquellos donde había estado Siqueiros, surgieron grupos de muralistas que adoptaron la ideología del Movimiento Muralista Mexicano. En Argentina, podría mencionarse el Grupo GREDA (1970) compuesto por Omar Brachetti, Rodolfo Campodónico, Víctor Grillo, Hugo Córdoba, González Garone y Néstor Berllés y el grupo La Peña (1971) que estaba bajo la orientación de Juan Carlos Castagnino y cuyos principales miembros fueron Italo Grassi, Marta Grassi y Guillermo Cuenca. Posteriormente, ambos grupos se fusionaron, dando nacimiento al entonces Movimiento Nacional de Muralistas, coordinado por Italo Grassi. Para el encuentro iberoamericano de Cosquín 2011, ya se contaba con una amplia red de delegados internacionales y a pedido de los artistas extranjeros participantes, el mismo pasó a denominarse Movimiento Internacional de Muralistas (MIM) Italo Grassi en honor a quien fuera su presidente. En la actualidad, dicho movimiento es el más pujante del cono sur y el que más encuentros internacionales realiza por año, 
gracias al gran interés que tiene Raúl Eduardo Orosco, Coordinador General del MIM desde 2007, en el intercambio cultural, el crecimiento artístico de los pueblos y la fraternidad entre los mismos.

1.2        El Movimiento Muralista Mexicano de la mano de Siqueiros

Hacia 1900 la mirada eurocéntrica dominaba tanto en México como en Latinoamérica. El mundo giraba en torno a lo que Europa dictaminaba. Por aquel entonces, la actividad artística se concentraba en París, donde surgirían a lo largo del primer cuarto de siglo, las vanguardias artísticas más importantes e influyentes.

Por ese entonces, Porfirio Díaz ejercía la presidencia de México y, tras reiteradas y sangrientas luchas intentó poner orden a las revueltas con su lema “paz, orden y progreso”. Díaz había participado en reiteradas campañas militares bajo órdenes del presidente Benito Juárez contra la intervención francesa. En el período comprendido entre 1876 y 1880, se alzó con el poder de manera interina y de manera definitiva desde 1884 hasta 1910, fecha en que se produjo la Revolución.

En el marco de este complejo contexto nacional de guerras y guerrillas y, hacia las postrimerías del porfiriato, surgieron los primeros atisbos fecundos de la “mexicanización del arte”, siendo su expresión fundamental la pintura mural de Gerardo Murillo, quien se hacía llamar Dr. Atl.

Teniendo como antecedente lo que Murillo había comenzado a realizar, hacia 1908 surgió de la mano de Francisco de la Torre y Saturnino Herrán, entre otros, un impulso folclorista, en donde las imágenes pictóricas tenían una temática nacional, muy propicia para esos años prerrevolucionarios.

Para ese entonces, la manera impresionista de aplicación del color y del trabajo con la luz, era lo que se impartía en las academias de Latinoamérica como novedad pictórica. Mientras tanto el pueblo mexicano estaba estremecido. En el norte José Doroteo Arango Arámbula, más conocido como Francisco Pancho Villa y Pascual Orozco, organizaban su división; en el sur Emiliano Zapata hacía lo mismo con el objeto de responder al llamado revolucionario de Francisco Ignacio Madero, terrateniente coahuilense y fundador del Partido Anti-reeleccionista. Éste se presentó a elecciones contra Porfirio Díaz, pero ante el fraude electoral, Madero llamó al pueblo a que se alzara en armas. Luego de varias insurrecciones a lo largo y ancho del país, se produjo el golpe final el 20 de noviembre de 1910, tomando Ciudad Juárez como punto estratégico. A consecuencia de ello, Díaz se vio forzado a huir con destino a Francia donde pasaría sus últimos años de vida. Tras un presidente provisional, Madero asumió la presidencia en noviembre de 1911 en un país todavía convulsionado.

Los estudiantes de la Escuela de Bellas Artes frente a este contexto, decidieron alzarse en huelga contra los métodos académicos impartidos, abogando por una escuela al aire libre. Siqueiros[7] participó de la misma y con tan sólo quince años, ya mostraba su inclinación hacia las ideas marxistas.

La presidencia de Madero duró hasta 1913, año en que fue asesinado por un general de su confianza, Victoriano Huerta, quien finalmente quedaría a cargo del poder ejecutivo. En 1914, David Alfaro se incorporó al Ejército Constitucionalista de Carranza, obteniendo el cargo de capitán segundo en el Estado Mayor, manera que encontró para participar de La Revolución Mexicana que se estaba produciendo. Esto le permitió tomar verdadero contacto con la arqueología, la geografía, la idiosincrasia y el arte popular del pueblo mexicano, factores que alentarán el desarrollo de su plástica revolucionaria.

Después de 10 años de revolución, en 1920 Álvaro Obregón tomó por la fuerza el poder presidencial y en sus cuatro años de gobierno, lentamente el país comenzó su institucionalización. En ese período, el muralismo empezó a tener presencia y, con el correr del tiempo se fortaleció. Europa por su parte, desde 1900 estaba experimentando toda una renovación plástico-formal con las llamadas vanguardias artísticas y como el Viejo Continente seguía siendo el centro artístico del mundo con epicentro en París, muchos artistas revolucionarios viajaron para ver de qué se trataba aquel cambio. Por ello, Siqueiros, entre 1919 y 1922 viajó a Barcelona como agregado militar del Ejército Constitucionalista. Esto le posibilitó encontrarse con Diego Rivera, conocer las vanguardias europeas[8], la obra de Cézanne y emprender juntos un viaje de no más de un año a la cuna del Renacimiento: Italia. Estar en este epicentro cultural fue muy significativo para ambos. Descubrieron el modo de representación de los artistas del Trecento y Quattrocento como Giotto, Cimabue y Piero della Francesca, entre otros. Deslumbrados, realizaron innumerables apuntes de sus pinturas que despertaron en ellos ideas nuevas para representar el espacio y las figuras.

En el ‘21 Siqueiros editó en Barcelona, el único número de la revista “Vida Americana” presentando su manifiesto Tres llamamientos de orientación actual a los pintores y escultores de la nueva generación americana, donde perfilaba un arte de carácter social que pusiera por alto los valores del pueblo. En palabras de él, quería desde un principio Construir un arte monumental y heroico, un arte humano, un arte público, con el ejemplo directo y vivo de nuestras grandes y extraordinarias culturas prehispánicas de América (Siqueiros, 1979, p. 24). En su mensaje vibra el sentimiento nacional y en sus nuevas ideas revolucionarias deja entrever su deseo de un arte puramente americano.

Mientras tanto en 1922, en México, José Vasconcelos jugó un rol de extrema consideración para la popularización del arte y la educación. Bajo el gobierno de Álvaro Obregón, quedó a cargo de la Secretaría de Educación Pública, puesto que le permitió crear bibliotecas públicas, el Departamentos de Bellas Artes, reorganizar la Biblioteca Nacional, fundar la revista “El Maestro”, promover la escuela y las misiones rurales. Como parte de su política cultural promovió la realización de murales en edificios públicos. Estos encargos recayeron en un principio sobre José Clemente Orozco y Diego Rivera. Ese año, Siqueiros regresó a México y comenzó una prolífica etapa artística marcada por sus ideales y valores revolucionarios, realizando el que fuera su primer mural Los Elementos, en el cubo de la escalera del Colegio Chico de la Escuela Nacional Preparatoria. En este trabajo se perciben las bases de lo que más tarde sería la perspectiva poliangular, puesto que allí experimentó la integración de muros y techo.

Hacia 1923 junto con Rivera y Orozco, fundó el Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores y publicó la revista El Machete, que promovía la lucha obrera y la ideología comunista.

Estos muralistas, concebían la creación de un arte nacional inspirado en el pasado prehispánico, pero al mismo tiempo con una visión de progreso y futuro; un arte monumental de dominio público que exaltara los valores sociales, históricos y culturales de los mexicanos y, por último, que estuviera al servicio de los ideales revolucionarios.

A medida que el tiempo avanzaba, Siqueiros afianzaba más sus ideas de izquierda y, alternaba su tiempo entre la militancia y la producción artística. Colaboró en la creación de numerosas organizaciones obreras y participó en la dirección de la Confederación Sindical Universitaria de México. Por su militancia política, en 1930 fue encarcelado el en el penal de Lecumberri ubicado en Distrito Federal. Al salir de la cárcel en 1931 se dirigió hacia Guerrero, donde conoció al cineasta soviético Sergei Eisenstein, quien lo animó a incursionar en el cine y en la posibilidad de emplear este recurso como herramienta plástica.

En 1932 se exilió en Los Ángeles, California. Allí realizó tres murales experimentales: “Mitín en la calle”, “La América tropical y destrozada por los imperialismos” y “Retrato de México”, en los cuales introdujo, por primera vez, herramientas industriales para pintar como la pistola de aire, el proyector de fotografías y el borrador de arena.

Siqueiros exiliado, llegó a Uruguay en 1933 donde utilizó por primera vez el duco o piroxilina para pintar su obra Víctima Proletaria. Luego, por intermedio de Victoria Ocampo, viajó a la Argentina, país que lo aceptó con la condición de no difundir su ideología. Tras algunas conferencias y publicaciones, consiguió realizar una obra en el sótano de la hacienda de Natalio Botana, Ejercicio Plástico, único mural presente en su legado artístico sin carga ideológica, donde la arquitectura del lugar lo desafió y lo llevó por primera vez, a emplear la poliangularidad, método que iría perfeccionando con el correr de los años. A los pocos días de concluida la obra, fue expulsado del país por querer participar de una revuelta obrera. De regreso en México, encabezó la Liga Nacional contra el Fascismo y la Guerra.

Retornó a los Estados Unidos hacia 1936, donde fundó el Experimental Workshop cuyo objetivo fue trabajar con materiales sintéticos de secado rápido, practicar el accidente controlado y el fotomontaje. Uno de los miembros de dicho taller fue Jackson Pollock. Un año después, viajó a Europa donde participó de la Guerra Civil Española.

Siqueiros en 1940 ideó un atentado contra León Trotsky, quien salió ileso. Posteriormente, el artista fue encarcelado y, al salir bajo fianza, se fue en condición de exiliado a Chile, apoyado por su amigo y por entonces cónsul, Pablo Neruda. En la escuela de Chillán, ejecutó el mural Muerte al Invasor título que implícitamente hacía referencia a Trotsky. En 1943 lanzó su manifiesto En la guerra arte de guerra y anunció su gira por toda América en favor de la producción de un arte de combate[9]. Recorrió Perú, Ecuador, Colombia, Panamá y llegó a Cuba para constituir el Comité Continental de Arte para la Victoria.

A su país natal regresó en 1944, año donde comenzó a pintar una serie de murales tales como Cuauhtémoc contra el Mito y el tríptico Nueva Democracia. Cuatro años después, Siqueiros inició un taller de muralismo para veteranos de guerra en la Escuela de Bellas Artes de Guanajuato en San Miguel de Allende, trabajo que dejó inacabado debido al cierre de la institución y la falta de recursos. Posteriormente, en 1952, inició el proyecto de elaborar dos murales en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que estarían compuestos por tres escultopinturas. De éstos sólo se terminó uno: El pueblo a la Universidad y la Universidad al pueblo, inaugurado en 1956. Se encuentra ubicado en Ciudad Universitaria, sobre los muros de la Rectoría, junto con otras dos obras del mismo artista: Las fechas de la historia de México y Nuevo Emblema Universitario. Realizado con teselas de vidrio opaco, el mismo es considerado uno de los iconos del arte del mosaico mexicano.

Acusado en 1960 de disolución social, dado que Siqueiros era el presidente del Comité de Presos Políticos y la Defensa de Libertades Democráticas, fue encarcelado durante cuatro años, período en el cual realizará los bocetos para su obra más monumental: La marcha de la Humanidad en la Tierra y hacia el Cosmos: Miseria y Ciencia, que daría comienzo en 1966 con la construcción del Polyforum Siqueiros. El mural abarca unos 2400m² más la cúpula y es actualmente el mural más grande del mundo.

El Presidente Adolfo López Mateos, tomó la decisión en 1964 de indultarlo, como reconocimiento al servicio que su obra pictórica había brindado a la Nación. Dos años más tarde recibió el Premio Nacional de las Artes y en el ‘67 la Unión Soviética le otorgó el Premio Lenin de la Paz.

Enfermo de cáncer, murió el 6 de enero de 1974 en “La Tallera”, su casa-taller de Cuernavaca, Morelos y sus restos fueron depositados en la Rotonda de las Personas Ilustres. El 18 de julio de 1980, por decreto presidencial y conforme la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, su obra adquirió el rango de Patrimonio Artístico de la Nación Mexicana.

De este modo, el Movimiento Muralista Mexicano, que en principio había surgido como un arte nacional para plasmar la tradición y las costumbres populares, pasó a convertirse en un arte ideológico y didáctico donde Siqueiros jugó un rol fundamental. En sus viajes generó manifiestos, dio conferencias y realizó obras colectivas con artistas del lugar, para hacer del muralismo un arte internacional. Hacia la década del ’30 se pintaban murales en Estados Unidos, Sudamérica y Gran Bretaña como en otras regiones de Europa, quedando en la historia del arte, como el único movimiento latinoamericano que influyó al resto del mundo.

Con la muerte del Siqueiros, el muralismo perdió vigor. Para entonces, las galerías de arte surgidas en los años ’40, habían creado un ferviente mercado artístico que incentivaba a las nuevas generaciones de plásticos mexicanos. Éstos buscaban una nueva universalidad pictórica, desinteresándose de continuar con la militancia político-ideológica del Movimiento.

Por otro lado, el estado nunca más volvió a financiar proyectos murales como lo hizo en época de Vasconcelos, lo que aceleró su declinación. Sin embargo, durante los años sesenta y setenta, paralelo a una variedad de expresiones artísticas, en la plástica mexicana hubo un resurgimiento de la figuración donde se retomó la historia a partir de la Revolución. Una variante de este arte figurativo, recuperó el aspecto social de la Escuela Mexicana de Pintura, tal el ejemplo de Arnold Belkin. Esta modalidad, continuó desarrollándose en mayor o menor medida, durante las tres décadas posteriores, pero también en este período, surgieron expresiones urbanas de carácter anónimo, efímero y de protesta, que se pronunciaron contra la mercantilización del arte y emplearon símbolos populares y de la cultura consumista de manera irónica. Reutilizaron el lenguaje de la tira cómica y la fotografía publicitaria, además incorporaron variedades tipográfícas y, recurrieron al graffiti mediante el stencil y el grafismo con aerosol. Sin embargo, este tipo de arte urbano, degeneró hasta llegar en muchos casos a lo meramente decorativo, despojando al arte de todo contenido.

En 2006 el Movimiento Muralista Mexicano fue refundado y actualmente está intentando recobrar su fuerza. Bajo nuevas premisas donde se pretende mezclar el arte público con el arte urbano, sus miembros están experimentando fusiones con el graffiti y el arte callejero o Street Art. En su renovado Manifiesto, afirman estar a favor de políticas culturales incluyentes, democráticas y participativas, de la libertad de expresión y la diversidad cultural, del arte de los pueblos originarios, de un arte solidario y comprometido y, se declaran enfáticamente contra las políticas neo-imperialistas y las guerras. Entre sus principales integrantes se encuentran Jesús Rodríguez Arévalo y Polo Castellanos.






[1] Denominaron opus musiuum a los mosaicos que adornaban los lugares consagrados a las musas, sin embargo, esta técnica no sólo fue empleada para estas divinidades sino también para representar escenas cotidianas, o algunos hechos históricos como la batalla de Issos en la Casa del Fauno en Pompeya. Los romanos también, supieron distinguir entre dos tipos de mosaicos, el más frecuente denominado opus tessellatum formado por teselas de 1 a 2cm cuadrados, empleado para cubrir grandes superficies. En segundo término, se utilizaba el opus vermiculatum cuya característica esencial era que las teselas medían pocos milímetros de lado. Este último no era muy recurrente debido a su alto costo. Permitía componer escenas detalladas que se asemejaban a una pintura.
[2] Técnica pictórica que intenta engañar la vista mediante el empleo de la perspectiva y el claroscuro. Las escenas pintadas provocan tal sensación de realidad que genera que los objetos, seres o situaciones parezcan reales para el observador.

[3] Las técnicas empleadas para dichas representaciones fueron variadas, pero principalmente se realizaron pinturas sobre enlucido al fresco y pintura al temple. En el primer caso, se pinta sobre una capa de estuco húmeda con pigmentos minerales diluidos en agua. Al secar la cal, con el cambio químico, se aglutinan los pigmentos y se fijan los colores volviéndose insolubles a dicho solvente. Para el segundo caso, se emplea generalmente como aglutinante la yema de huevo una vez disueltos los pigmentos en agua y se aplica directamente sobre el muro.

[4] Período inicial en el cual se inspirarán algunos artistas del siglo XX como Diego Rivera y Alfaro Siqueiros para la composición de sus obras murales.

[5] Hacia 1560 se produjo la Reforma Católica y pocos años antes, los estudios de Copérnico demostraron el giro de los planetas alrededor del sol. Esto produjo un cambio de la teoría astronómica del Renacimiento, el geocentrismo, para dar paso al heliocentrismo. Entre otros importantes cambios que se dieron en este período pueden mencionarse, el descubrimiento de América, la invención de la imprenta y la circulación de la sangre.

[6] En cuanto la técnica, algunos de estos muralistas emplearon el fresco y la encáustica manteniéndose más conservadores a lo largo de sus carreras, mientras otros experimentaron con nuevas técnicas y materiales, surgidos de la industrialización del momento, como la piroxilina, con el objeto de buscar mayor perdurabilidad de las obras en el tiempo.
[7] El 29 de diciembre de 1896, fruto del lazo entre Cipriano Alfaro y Teresa Siqueiros, nació en Santa Rosalía, hoy Ciudad Camargo, Chichuahua, José de Jesús Alfaro Siqueiros, más conocido como David Alfaro Siqueiros.
[8] Las vanguardias que más los marcaron fueron aquellas tales como el cubismo, futurismo y fauvismo, como así también la obra de Cézanne.

[9] Siqueiros pretendía un arte de guerra contra el Eje y su demagogia, sus crímenes y racismo, por lo tanto, quería un arte para conquistar la libertad humana y generar la posibilidad de construir en el futuro, un verdadero arte público de paz.


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